12 junio 2010

Frenesi


Confusión, perdición, abatimiento, desesperación. Explosión. Todo se torna oscuro, sin una luz que apacigüe el dolor. La sangre de la herida interior de tu cuerpo brolla por tu boca, por tu pecho, y por tu nariz. El rojo de la sangre, del fuego, cubre interiormente tu cuerpo, ¿deseo o atracción? ¿O algo aún mayor? Un juguete desgastado y despellejado, unos brazos que lo abrazan y lo besan y un ardor que lo quema. Una pesadilla repleta de crueles seres bañados en sangre, con alas cortas y feroces miradas.


Una tortura interminable que te sube la bilis hasta la garganta. Una visión terrorífica de infatigable rencor sufrido. Un monstruo chupasangre que arranca de cuajo tu cabeza, y durante los siguientes segundos cuando la muerte te esta buscando entre los miles de cadáveres de la morgue, se nutre de tu dulce miel. El desengaño de algo perdido, de algo que ha sido abandonado, se retrae para expulsarte y cumplir su placentera venganza.
El rudo sonido de una guitarra desafinada que marca el silencio en una desnuda habitación, el grito desgarrante de una alma en pena con un cuchillo en mano.
La dura lucha de dos cuerpos infinitamente culpables de pecado. El dulce fruto del sufrimiento naciendo y reencarnándose en amargas palabras. Y sigue la confusión.


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