12 octubre 2013

La llegada


-¿Cuanto tiempo me queda en este paraíso?- es lo que me pregunté la primera vez que entré en Abendlied. Abendlied, así es como he bautizado este lugar. Significa canción del crepúsculo en alemán. Abendlied está repleto de secretos, secretos ocultos bajo los cimientos de las pequeñas  y cucas casas, bajo las raíces de los sauces llorones que rodean la plaza mayor, bajo el agua cristalina que fluye pausadamente por el río. Pero también está lleno de verdades, verdades como catedrales, verdades espesas y claras como la nieve virgen que cae en invierno y cubre los tejados de pizarra de las casas pequeñas y cucas.
Verdades y secretos que se mezclan sin encontrarse jamás en Abendlied, este minúsculo y a la vez interminable oasis.
Todo aquí es distinto. Muy distinto a lo que sería cualquier otro lugar. Aquí el mundo funciona de forma distinta. ¿Mejor? ¿Peor? No me lo he planteado aún. No tengo mucho tiempo para plantearme nada en Abendlied. El tiempo pasa demasiado rápido, los acontecimientos se mezclan con las acciones y los pensamientos sin un orden cronológico claro y distinto. Claro y distinto, que diría Descartes, Abendlied no es ninguna evidencia, señor filósofo. Pero sí hay filosofía, por lo contrario. Una filosofía que yo tildaría de intrépida y pícara. Pícara como el Lazarillo de Tormes.
Oh, olvido contar quién vive en Abendlied, pero supongo que ya lo habréis imaginado: los abendlianos y abendlianas. Son tan pintorescos y fabulosos, que parecen extraídos de una colección de Pierre-Auguste Renoir.
Untitled
Los niños juegan en la plaza mayor, junto a la fuente en forma de nenúfar, con pequeños duendes de caramelo. Juegan a perseguirlos, y cuando los pillan, los lamen para saborear el dulce sabor de su pequeño cuerpecito, y los duendes, riendo a carcajadas por las cosquillas que les produce el roce de la lengua de los niños, se escapan volando. Y vuelta a empezar. Pero no todo el día es para jugar. También van a la escuela, pero de eso no sé mucho más, como ya he dicho, no hay tiempo para plantearse esas cosas. Los ancianos del pueblo, por otro lado, se dedican a hilar algodón de azúcar. Hilar, hilar y hilar, eso es lo que hacen. Y mientras tanto, entre hilo e hilo de algodón de azúcar hilado, entonan canciones misteriosas e imposibles de memorizar. ¿Qué hacen de tanto algodón de azúcar? Eso sí lo sé. Lo descubrí la quinta vez que entré en Abendlied. Mientras observaba como unos ancianos cargaban montones de algodón de azúcar de diferentes colores, y duendecillo de caramelo se posó sonriente sobre mi hombro izquierdo. Yo le sonreí, y él con su fina y aguda voz me pidió que lo siguiera. Yo así lo hice, con la curiosidad comiéndome por dentro. El duende me condujo por un verde prado lleno de suaves plumas de colores que me hacían tremendas cosquillas al caminar. No podía contener la risa, y el duende me indicó posando su minúsculo dedo de caramelo entre sus labios que callara, y que me aguantara la risa. Lo intenté, y lo conseguí. Al fin llegamos delante de un gran molino de madera que en vez de funcionar con agua, como funciona cualquier molino, funcionaba con algodón de azúcar. Y allí estaban los ancianos hiladores que había visto yo transportar el algodón de azúcar.
Lights and roses-¿Qué hacen con todo ese algodón de azúcar hilado y ese molino?- pregunté en voz baja al duendecillo.
-Lo hacen todo. El algodón de azúcar es nuestra fuente de vida. Sin este algodón hilado y el molino, nada existe.
-¿Y de dónde sacan todo el azúcar?
El duende me miró socarrón.- Es un secreto.
Así es Abendlied, un paraíso de secretos y verdades edulcorados.

1 comentario: