02 febrero 2014

¿Artistas?


Creo que tener un trabajo normal y vivir una vida cuotidiana es la parte fácil de vivir. Nos encanta la rutina, lo común, lo cuotidiano, aunque no lo digamos. Nos da miedo lo desconocido, lo que no está escrito, lo que cambia de un momento a otro. Eso nos pasa a todos los humanos.

Pero la diferencia entre unos y otros reside en que algunos decidimos, no siempre por propia voluntad, que la normalidad no nos sirve. No es suficiente para nosotros y no nos llena.  Por eso necesitamos encontrar una vía de escape para todo el fuego que llevamos en nuestro interior. Nos convertimos en un volcán en erupción, y lo inundamos todo de lava y cenizas.

La verdad es que pienso que Maslow se equivocaba con su pirámide. En primer lugar porque el ser humano no puede constituirse como una pirámide. He aprendido a lo largo de mi corta vida que las pirámides no son buenas. No es mejor, más importante, o más necesario lo de arriba que lo de abajo. En cualquier sentido, no lo es. Y en segundo lugar, porque aunque me faltase la respiración, o estuviera falta de sueño, mi creatividad seguiría ahí, y probablemente aumentaría y se expandiría aún más. La creatividad, o el arte, son intrínsecos al ser humano, tanto a nuestro cerebro como a nuestro corazón. Y no se reducen a un estado perfecto tras haber sido satisfechas otras necesidades. Aunque me encontrara sola, moribunda, o sin confianza, seguiría creando arte. Porque está dentro de mí. Yo, y todos nosotros, somos creaciones, obras de arte, y es imposible que dejemos de serlo por mucho que no tengamos éxito.
La cuestión es, en todo caso, que los que nos hacemos llamar artistas provocamos la erupción del volcán, mientras que otros lo dejan dormir. Y no sólo porque queramos, sino porque si no lo hiciéramos, el vacío podría con nosotros. El vacío de una vida sin preguntas ni respuestas que se reducen al sí y al no, sin respiraciones entrecortadas y lágrimas en los ojos, sin la energía de nuestros cuerpos al sentirse vitales.

Así que lo difícil es aprender a dramatizar nuestras vidas, a poner banda sonora a nuestros actos, y a aceptar que no podemos vivir con la simplicidad de aquello normal.